En nuestro acelerado mundo,
intentar construir utopías parecería una locura, falta de ubicación en la
realidad o pérdida de tiempo, todo menos algo valioso. Muchas veces, se
califica como utópico aquello que es irrealizable, imposible y que en verdad se
pretende descalificar. Sin embargo, la realidad en la que vivimos demanda cada
vez más un pensamiento utópico y especialmente lo requiere el campo educativo.
La educación se justifica en
términos de futuro, es decir, la educación es: para un mundo mejor, para ser
alguien, para superarse, para progresar y esta intencionalidad implica la
actividad de anticipación. Ahora más que nunca la aceleración de los cambios,
obliga a una mayor previsión e imaginación de las futuras condiciones de vida y
de la sociedad del futuro.
En el campo educativo: ¿es más
propio hablar de creación de las utopías o de rescate de las ideas de valor
perdidas?, ¿Cuál es el papel de las universidades en el desarrollo del
pensamiento utópico para la educación del futuro?
Alicia de Alba (1993) advierte que la utopía como una tarea social y educativa no sólo es posible sino necesaria y deseable para enfrentar la problemática de la indiferencia, con la esperanza de un futuro mejor, recuperando el carácter pluriétnico y multicultural de México. Utopía y posmodernidad se perfilan para la autora como una síntesis de múltiples retos que enfrenta actualmente la educación. Entre los que están la miseria, la crisis ambiental, el empobrecimiento cultural, los avances de la ciencia y la tecnología, los medios de comunicación, la informática, las minorías, las mayorías y la democracia. Ante ellos, los nuevos componentes de la utopía educativa tienen que ver con las tendencias en el desarrollo, que comprenden la interdependencia mundial, el desarrollo sustentable y la sustentabilidad ambiental, los derechos humanos y los avances de la ciencia y la tecnología.
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